Me empeño en, siempre que mi empeño se sale con la suya, pasar por experiencias que me hacen sentir (medio) vivo, con las que (creo) disfruto y que puede que me sirvan para algo. Me empeño también en hacerlo sabiendo que después aparece el más inmenso vacío y desolación por perder, de nuevo, lo que en realidad nunca he tenido. La montaña rusa perfecta existe: mi (des)equilibrio emocional haría vomitar de vértigo a casi cualquiera que subiera por primera vez
Vuelvo una y otra vez al mismo sitio, como sino fuera suficiente con una vez, como si me quedaran dudas de lo que sentiré: dudas sobre la certeza ineludible e inamovible, por si acaso esta vez fuera diferente y el cielo pudiera ser tierra, o al revés. Y me siento frustrado y culpable por sentirme vacío, pero sobretodo por sentirme vacío sabiendo que pasaría. Porque ha pasado más veces, porque pasa siempre que me desnudo y abro por completo, casi siempre, delante de semidesconocidxs. Pero tengo esa necesidad de mostrarme, de despojarme de las corazas y mostrarme así, sin más ni menos que lo que hay. Nada, eso es lo que hay y, por tanto, eso es lo único que puede quedar. Nada es también lo que había y lo que habrá. Nada. Nada más que sueños incompletos, sin terminar y sin opciones percibidas de ser llevados a término.
Y ahora necesito hablar con alguien, llorar con intensidad y gritar sonidos sin sentido pero con un significado brutal y desgarrador para mí. Pero estoy solo y en soledad. No tengo a nadie a quien llamar, nadie a quien recurrir y me asusta la mera posibilidad de contemplar la opción como algo probable. Estoy en un séptimo piso, no en el que planeé, aunque la altura debe ser similar. La ventana es un buen lugar para escapar ¿no?. No, porque tampoco tengo a donde escapar, donde esconderme más que en mi mismo, en esta mierda de mundo que he construido a base de decepciones, malas decisiones, decisiones no tomadas, miedo, mucho miedo y un poco de timidez. La mezcla perfecta para generar un contexto de desolación, desesperación y miseria que inunda todo lo que toca, todo lo que se ve y, también, lo que no se ve. Y sólo veo una oportunidad, porque ojalá y fuéramos los de antes, porque necesito hablar con la que eras, con la que conocía mi antes. Aunque seguro que ya no está, no tanto porque no lo seas, sino porque te has ido, me has apartado, o me he apartado, que igual da, y te has ido. Me he quedado aquí, donde siempre, donde nunca quise estar y de donde nunca supe moverme. Siempre, nunca, todo y nada deberían desaparecer de cualquier lengua que pretenda crear ciudadanos sanos y felices.
Porque no entiendo nada, mucho menos de lo que ya entendía antes, que ya es decir. Porque no sabía a donde iba, pero al menos pensaba conocer donde estaba. Ahora, ni lo uno ni lo otro y aunque no me he movido me siento un completo extraño aquí. Extraño el lugar que este lugar era hace no sé cuanto tiempo. Porque ese es otro tema, no se cuantificar el tiempo, no sé medir el tiempo. Odio al tiempo. Lo odio tanto como a mi mismo. Y no quiero creer lo que escucho, ni lo que veo, pero ¡necesito tanto entender y creer!
Y tengo tanto que agradecer, tantos y tantos motivos para estar feliz que no estarlo hace que sienta aún más miseria, más desolación y miedo.
Comentarios
Publicar un comentario