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Fuego y cenizas

Me devoro desde dentro y hacia dentro: destruyo cualquier indicio de felicidad antes de, efectivamente, estar feliz. Llevo dos semanas anclado en la ansiedad y la desesperación ante un futuro que, siempre, llega, porque ese es el trabajo del futuro. Llegar. Hasta que un día no llegue y no sé si eso será mejor o peor. Antes la simple idea del suicidio me asustaba, y solo por eso, durante un tiempo al menos era capaz de sentir algo que no sea mierda y generar algo que no sea basura. Ahora no. Fantaseo con desaparecer, las consecuencias, como se sentirían y afectaría esa decisión a la gente que quiero y me quiere y, especialmente, lo que podría suponer para mi hija que el estupido de su padre no solo sea un padre deplorable sino que, además, se suicide y la deje para toda la vida como la hija del miserable que se suicido cuando apenas era una niña. Aunque no sé cómo le hago más daño, cómo destrozo más su niñez, si con el suicidio o con mi presencia.  Porque sé que lo ideal sería que no hu
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Condenado a estar en guerra

A veces, por unos segundos, tomo la decisión de dejarme llevar, de dejar esta guerra de lado y rendirme a la realidad. Dar por concluida una lucha que, bien mirado, no me lleva a ningún lado más que la desesperación, el agotamiento y la melancolía agónica del que sabe que nunca será lo que no fue ni es. Simplemente porque no puede ser. Pero entonces, las tripas me duelen, como si alguien las estrangulara. Parece que me fuera a marear del asco que siento ante tal posibilidad y, de repente, me encuentro de nuevo en guerra con todo o casi todo lo que me rodea, dispuesto a pegarme con el tiempo que una y otra vez me pone en mi sitio. Me vence, pero también me agota. Y agotado, normalmente, puedo descansar. Y de momento prefiero esta guerra, estar en guerra, aun siendo una condena, que dejarme llevar y ni tan siquiera poder elegir estar donde no quiero estar. Me percibo, entonces, condenado a estar aquí sentado mirando pasar las decisiones no tomadas. Pienso que es mi excusa perfecta, porqu

Desesperación

  Mi vida no se parece en nada a ninguna de las vidas que, siendo adolescente, imaginaba poder vivir antes de morir. No se parece en nada y cada día que pasa se aleja aún más de cualquiera de aquellas fantasías adolescentes. Visto desde fuera pudiera parecer una vida, más o menos, decente, cómoda, estable y hasta exitosa, cuando no es más que un conjunto de decisiones equivocadas. Equivocadas no porque no hayan salido bien, sino por todo lo contrario: han salido bien y no eran lo que yo quería. ¿Sino eran lo que querías, por qué las has tomado? Esa es la pregunta del millón de lágrimas: miedo. Podría buscar, y encontrar, decenas de motivos, excusas, razones y justificaciones. Miedo, es la única respuesta a todas y cada una de mis decisiones. Es jodido, una putada, saber que eres el único responsable de la vida de mierda que tienes. Si al menos hubiera algo o alguien a quien culpar, todo sería más fácil. Lo sé porque me pasé media vida culpando a los demás de mis miserias y, al menos,

Mentiras, nostalgias, imposibles, perversas.

Ayer se me presentó una visión en forma de explicación a esta maldita nostalgia. No es del todo saludable andar comparando el presente con el pasado, por aquello de que el pasado no es más que una recreación que mi cerebro, mente o quién sea que la haga, hace sobre lo que "realmente" pasó. En fin, si aún a malas lo que sucedió es más o menos real, ni tan mal, dado que añoras algo que tuviste (o crees que existió) y el presente se la juega con el pasado, más o menos, en igualdad de condiciones. Así que las opciones de que el presente gané existen, y pueden ser más o menos altas en función de lo más o menos fuerte que estés en ese momento. Dentro de lo malo, lo menos malo.

¿Qué (narices) pasa conmigo?

Alterno la ilusión desbordante con la apatía más profunda, la alegría con el odio y la calma con la tristeza más severa hacía todo aquello que soy. Me muevo entre la nostalgia (de nuevo la nostalgia) la ansiedad y el futuro, sin caer en la cuenta de que todo eso es mentira: lo uno por pasado y lo otro porque, a este ritmo, no llegará. Y no llegará porque yo no llegaré. Me sorprendo y asusto con frecuencia en medio de pequeños ataques de ansiedad que limitan mi capacidad de respirar y de pensar. Ando por donde no sé andar y por donde a veces fantaseo con andar: en la cuerda floja o el filo de una montaña con el abismo a ambos lados. Sin embargo no tiene nada de romántico, más bien es asqueroso. Siento, sufro, todo el pesado lastre que arrastro, percibo claramente como  frena mis, por otra parte, escasas ganas de ir a alguna parte. He renunciado a escapar de esta habitación que yo mismo he construido a base de muros de excusas y techo de cristal para que la visión del exterior m

En guerra con el tiempo (de nuevo)

Me empeño en, siempre que mi empeño se sale con la suya, pasar por experiencias que me hacen sentir (medio) vivo, con las que (creo) disfruto y que puede que me sirvan para algo. Me empeño también en hacerlo sabiendo que después aparece el más inmenso vacío y desolación por perder, de nuevo, lo que en realidad nunca he tenido. La montaña rusa perfecta existe: mi (des)equilibrio emocional haría vomitar de vértigo a casi cualquiera que subiera por primera vez Vuelvo una y otra vez al mismo sitio, como sino fuera suficiente con una vez, como si me quedaran dudas de lo que sentiré: dudas sobre la certeza ineludible e inamovible, por si acaso esta vez fuera diferente y el cielo pudiera ser tierra, o al revés. Y me siento frustrado y culpable por sentirme vacío, pero sobretodo por sentirme vacío sabiendo que pasaría. Porque ha pasado más veces, porque pasa siempre que me desnudo y abro por completo, casi siempre, delante de semidesconocidxs. Pero tengo esa necesidad de mostrarme, de

Suicidio y miedo al miedo.

Escribes suicidio en google y lo primero que aparece es el teléfono de la esperanza ¿en serio google? de que tipo de broma macabra se trata: ¿esperanza? ¿de verdad esa es la mejor respuesta posible?. De (más) joven fantaseaba con la idea de acabar con mi vida a los 23, si es que mi vida no acaba conmigo antes de ese día. Tenía perfectamente detallados diversos planes de acción para ejecutar mi decisión de morir si mi vida no cambiaba significativamente para el día que cumpliera esos 23. Había seleccionado el edificio de 7 plantas (ni una más ni una menos) desde el que podría volar sobre el vacío para acabar estrellándome contra el suelo (muy) poco después. Conocía perfectamente los accesos a la azotea, se trataba de un portal que siempre estaba abierto durante el día, y también la mayoría de las noches, había subido y bajado las escaleras (sí, los 7 pisos) decenas de veces y me había asomado desde allá arriba otra decena de veces. Por decidir, tenía incluso elegida la ropa que llev