Mi vida no se parece en nada a ninguna de las vidas que,
siendo adolescente, imaginaba poder vivir antes de morir. No se parece en nada
y cada día que pasa se aleja aún más de cualquiera de aquellas fantasías
adolescentes. Visto desde fuera pudiera parecer una vida, más o menos, decente,
cómoda, estable y hasta exitosa, cuando no es más que un conjunto de decisiones
equivocadas. Equivocadas no porque no hayan salido bien, sino por todo lo
contrario: han salido bien y no eran lo que yo quería. ¿Sino eran lo que
querías, por qué las has tomado? Esa es la pregunta del millón de lágrimas:
miedo. Podría buscar, y encontrar, decenas de motivos, excusas, razones y
justificaciones. Miedo, es la única respuesta a todas y cada una de mis
decisiones.
Es jodido, una putada, saber que eres el único responsable de
la vida de mierda que tienes. Si al menos hubiera algo o alguien a quien
culpar, todo sería más fácil. Lo sé porque me pasé media vida culpando a los
demás de mis miserias y, al menos, respirar a ratos tranquilo convenciéndome de
estar haciendo todo lo que estaba en mi mano. La ira me acompañaba a casi todas
partes y, sobre todo, no dejaba que la angustia llenara la mayoría de rincones
de mi existencia. Sin embargo, esa responsabilidad tiene su lado menos malo: ya
no estoy cabreado con nadie, lo que facilita mis relaciones con los demás.
Relaciones vacías, por otra parte, dado que no siento que nada tenga el menor
sentido, tampoco establecer nada con nadie, sabiendo que antes o después los
destruiré, como he destruido todas las vidas que quería llevar, muchas de ellas
antes siquiera de comenzar o darles la oportunidad de ser.
La desesperación de no querer cambiar lo que dices que odias con todas tus fuerzas. Desesperación de no querer irte del sitio en el que dices que sientes asco. Desesperación, al fin, de no cambiar nada de lo que sientes, sabes, que te está robando la vida, te está matando mientras transitas entre mentiras, verdades falsas y gente desconocida. Desesperación de sentir que se escapa entre mis pensamientos el tiempo que tengo para vivir mientras muero segundo a segundo. Porque es certeza: mueres un poco cada día.
Y ahora, cuento cada día que pasa como una batalla perdida, cada año como una guerra que no ha servido para nada más que para darme cuenta de que no parece haber salida. Tengo miedo, miedo de que algún día no me de miedo el pasado, ni el presente ni el futuro.
A veces el suicidio también es el comienzo de algo. Citando a Eduardo a Galeano:
ResponderEliminar"De nuestros miedos nacen nuestros corajes y en nuestras dudas viven nuestras certezas.
Los sueños anuncian otra realidad posible y los delirios otra razón.
En los extravios nos esperan hallazgos, porque es preciso perderse para volver a encontrarse."
Un grande lleno de razón Galeano.
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