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Fuego y cenizas

Me devoro desde dentro y hacia dentro: destruyo cualquier indicio de felicidad antes de, efectivamente, estar feliz. Llevo dos semanas anclado en la ansiedad y la desesperación ante un futuro que, siempre, llega, porque ese es el trabajo del futuro. Llegar. Hasta que un día no llegue y no sé si eso será mejor o peor.

Antes la simple idea del suicidio me asustaba, y solo por eso, durante un tiempo al menos era capaz de sentir algo que no sea mierda y generar algo que no sea basura. Ahora no. Fantaseo con desaparecer, las consecuencias, como se sentirían y afectaría esa decisión a la gente que quiero y me quiere y, especialmente, lo que podría suponer para mi hija que el estupido de su padre no solo sea un padre deplorable sino que, además, se suicide y la deje para toda la vida como la hija del miserable que se suicido cuando apenas era una niña. Aunque no sé cómo le hago más daño, cómo destrozo más su niñez, si con el suicidio o con mi presencia. 

Porque sé que lo ideal sería que no hubiera sido nunca su padre y desde el inicio de su vida hubiera tenido el padre que merece. Pero eso no puede ser, porque desde el principio yo he sido el padre que le ha tocado, en realidad, el padre que la ha creado junto a su madre. Y eso no se puede cambiar. Sé que hay más opciones, que no solo están desaparecer o mantenerme. Esta la posibilidad de cambiar, aprender, mejorar... pero creo que no puedo. Hay días que me sale, incluso durante semanas, para después caer con más fuerza a mi yo más sucio y perverso, destructivo y oscuro.

La tormenta en la que vivo casi permanentemente genera vértigos, mareos, y dolores de cabeza físicos muy molestos, muy dolorosos, pero supongo que no lo suficientemente molestos, no lo suficientemente dolorosos, dado que me compensan, me compensa sentirlos en lugar de lo que creo que sentiré, pasará, si hago lo que no sé que puedo o necesito hacer. Porque me paso el día al borde del llanto, que en ocasiones me desborda y aparece, normalmente cuando estoy solo, conduciendo, escuchando o, como ahora, escribiendo. Creo que estarían mejor sin mí, estoy seguro en realidad. Incluso yo estaría mejor sin mí. Estoy agotado de ser yo y entiendo que es agotador estar conmigo.


Y me escondo, porque cada vez me cuesta más controlarlo, no llorar en público. Pero no porque los hombres no lloran. No. Porque me averguenza sentirme así tantas veces, porque me averguenzo de mi, de mi vida y de mis decisiones, pasadas, presentes y futuras. Y porque cada vez necesito más que me vean llorar, me consuelen, me abracen y me digan que no pasa nada. Pero sé que es mentira, porque algo si pasa. Y porque cada vez me resisto más a que nadie me conozca, se acerque para después irse. Porque irremediablemente será así. Se irá. O peor, me iré yo para que no se vayan, sin saber si efectivamente se irían o no. Porque necesito que me abracen pero no quiero que me abracen. Porque quiero que me abracen pero me aparto para que no me abracen. Porque me estoy matando poco a poco. Que sí, que ya sé que vivir es morir, irremediablemente, poco a poco. Pero siento que yo no estoy viviendo, solo muriendo y es dramático dejar que solo suceda una de las dos. Es trágico no vivir deseando morir mientras que puedes vivir, dado que morir será sí o sí, pero vivir no. Vivir es ahora y no será después. Esa es mi tragedia personal, mi obsesión con al antes y el después mientras desperdicio el ahora. 



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